Después de 40 años de desgraciarle la
existencia a todos ustedes en la sucursal del plomo, el pasado Sábado Santo, he
subido, muy a regañadientes, a nuestro sufrido cerro tutelar. Para mi amante
compañera y yo fue un paseo, la oportunidad de pisar el contenedor del espíritu
de Buziraco por primera vez, pero para muchísimas personas en esta enorme
ciudad es algo más.
Cuando mi cuñada le dice a mi suegra que íbamos a
ir a subir al cerro con mi cuñado, mi suegra, mujer sabia de otros
tiempos, le dice: “Aproveche y haga penitencia”. Y es que a eso se subía a las
Tres Cruces, a hacer penitencia o agradecer o pedir algún favor al señor en los
cielos.
Desde mi niñez siempre escuche a vecinos,
amigos y allegados decir con orgullo que subieron al Cerro en Semana Santa. Con
esa subida (Que era tortuosa en aquél entonces) esperaban expiar sus pecados y
limpiar su alma para poderla enmugrar el resto del año.
Al llegar observo gentes en coloridos vestuarios
deportivos, trusas, lycras, gorras, camisetas, botellitas de agua, zapatillas,
bermudas y gafas oscuras era el atuendo adecuado para el día sagrado. En el
peregrinaje encontraba a centenares de personas subiendo a la velocidad que el
cuerpo les podía dar, unos dándose ánimos a otros, “¡Vamos que si la viejita
puede subir sola, usted también puede subir!”. Un grupo que había madrugado más
y ya venía bajando en fila india y a un trote muy suave, le gritaban a Jenny,
una rezagada que venía caminando en actitud “yo voy de paseo y me vale pedo su
afán”: -“¡Jenny, apúrele que la vamos a dejar!”- repitiendo obsesivamente y casi
al punto de la histeria: -“¡¿Jenny: Usted no entendió porqué estamos aquí?! ¡¿Jenny
usted no entendió?!”. ¡Jenny, impía, bruja de poca fe! ¿¿no entendiste que se
sube al Cerro de las Tres Cruces para honrar al dios Fitness??
Al llegar a la sima después de dos horas, pude ver de cerca a las azulejadas Tres Cruces y la decena de antenas que las acompañan y casi las tapan demostrando el poderío del Dios Comunicacional al cual, sus fieles, le rezaban a sus pies con sus teléfonos celulares (los cirios de hoy) wuasapiando y mandándose selfís a diestra y siniestra. El premio, un jugo de naranja y sentarse en unas mesas y bancas de cemento bajo una carpa decorada aún con adornos navideños y el afiche de un Cristo pegado junto a un letrero que decía algo así como “Este es un lugar de peregrinación y favor abstenerse de sentarse”. Solo había un señor, muy bien vestido, de blanco, que se notaba que rezaba profundamente frente a un ramo de flores y un cirio que seguramente compró él.
Descanso y luego la bajada.
La idea de este relato no es juzgar que es o
no mejor, no consiste en decir que el
tiempo pasado fue mejor, porque para mí no lo fue. Tampoco pretendo decirles que
tal o cual es mejor religión. Sino mostrar cómo cambia las cosas, como
cambian de religión. A mí me quedó claro eso que dice Byung Chul-Han en su
ensayo “La Sociedad del Cansancio” en el que citando a Nietzsche dice que la salud ha sido elevada
al nivel de Diosa. Eso lo pude constatar de primera mano el pasado Sábado Santo.
Allá no se sube a hacer penitencia, sino a auto flagelarse para tener una
figura hermosa, competir con los otros peregrinos para demostrar tener más
fuerza (o más fe) que los demás, hacerse selfis, ser más rápido y chicanear
diciendo que subiste al cerro de las tres cruces en Semana Santa.
Fotografías por: Sandra Zapata.